Justino nace en Naplusa (Palestina) hacia el año 100. Es filósofo pagano, pero busca la verdad con sinceridad. A los 30 años se convierte al cristianismo, y con él abrazan la fe varios de sus alumnos. El filósofo Crescencio, el cínico, lo denuncia como cristiano, y Justino, con seis de sus alumnos, es conducido ante el prefecto romano Rústico, que lo interroga: “¿Eres cristiano?” Justino responde: “Así, es: soy cristiano”. Y el prefecto le dice: “Escucha, tú que eres tenido por sabio y crees estar en posesión de la verdad: si eres flagelado y decapitado, ¿estás persuadido que subirás al cielo?” Y Justino replica: “Espero vivir en la casa del Señor si sufro tales tormentos, pues sé que, a todos los que hayan vivido correctamente, les está reservado el don de Dios… Nuestro deseo es llegar a la salvación a través de los tormentos sufridos por causa de Nuestro Señor Jesucristo, ya que eso será para nosotros motivo de salvación y de confianza ante el tribunal de nuestro Salvador, que será universal y más temible que éste”. Y fueron decapitados hacia el año 165.
Fuente: La Liturgia cotidiana, Ediciones San Pablo.
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