21 de junio: San Luis Gonzaga

San Luis Gonzaga
Más que por la alta nobleza de sangre que lo distinguía, San Luis Gonzaga brilló en la historia por su santidad estelar, especialmente arraigada en la práctica eximia y heroica de la virtud de la castidad. Resguardando su alma con un refinamiento del pudor y de fidelidad a los Mandamientos divinos, rechazó hasta el fin de la vida cualquier forma de mal, siempre basado en la verdad, en la lógica y en la justicia.
Varón tallado para grandes luchas, de físico vigoroso y espíritu delicadísimo, puede decirse que la inocencia de San Luis comienza donde la de muchos otros terminaron. Por eso la Iglesia lo exaltó como el arquetipo de la pureza y como una de sus más rutilantes glorias.
Nació en Mantua (Italia) en 1568, de los príncipes de Castiglione. Su madre le enseñó a gustar la vida de fé. Era chispeante, inteligente, gracioso. Su padre lo soñaba un gran militar. San Carlos Borromeo le dio la primera comunión y San Roberto Belarmino fue su consejero. Al manifestar su decisión de consagrarse a Dios, su padre lo mandó a viajar para que olvidara la idea. Las cortes de Madrid, Florencia, Pavía, Mantua… se quedaron admiradas de su virtud. Hizo voto de castidad. Repetía: “¿Qué es todo esto frente a la eternidad? Señor, ayúdame a no olvidar nunca el fin para el cual me has creado”. A quien le llamaba príncipe y señor, le decía: “Servir al Señor es mucho más glorioso que poseer todos los principados de la tierra”. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1583, con el deseo de ser sacerdote. Hizo el noviciado y los estudios teológicos. Pero cuidando enfermos de peste en Roma, se contagió y voló al cielo poco antes de la ordenación, con 23 años, en 1591. Días antes de morir escribía a su madre: “Si el amor consiste en alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran, como dice San Pablo, ha se ser inmensa tu alegría, madre ilustre, al pensar que Dios me llama a la verdadera alegría, que pronto poseeré sin perderla jamás”.
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