El Bautismo del Señor

monsjoaoparablog1Escribe Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP

Hacía cerca de 400 años que ningún profeta hacía oir su voz en Israel.
Nada más explicable, entonces el alboroto causado por San Juan Bautista. De todos lados convergían multitudes para oirlo: “Haced penitencia porque está próximo el Reino de los Cielos” (Mt 3, 2).
Símbolo de la purificación de la conciencia, necesaria para recibir ese “Reino de los Cielos” que estaba “próximo”, el bautismo realizado por San Juan confirmaba las buenas disposiciones de sus oyentes. “Confesaban sus pecados y eran bautizados por él en las aguas del río Jordán”, relata San Mateo (Mt 3, 6).
La misión del Precursor era preparar los caminos del Mesías. Vivía, por lo tanto, en la expectativa del encuentro con Él.
No esperó mucho tiempo. Cierto día, notó la presencia de Jesús entre los peregrinos. Tomado de sobrenatural emoción, se inclinó para el recién llegado, esquivándose de bautizarlo: “¡Yo debo ser bautizado por tí y tú vienes a mí!” (Mt 3, 14).
Sin embargo, Jesús le respondió: “Deja por ahora, pues conviene que cumplamos la justicia en su totalidad” (Mt 3, 15). Obediente, San Juan lo sumergió en el Jordán. Luego que salió del agua, Jesús se puso a orar. Entonces el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió sobre Él con forma de una paloma. “Y se oyó desde los cielos una voz: tú eres mi Hijo muy amado; en tí pongo todo mi afecto” (Mt 3, 17).
Pero, en Jesús no había ni siquiera sombra de pecado. ¿Qué explica entonces, que Él haya querido ser bautizado?
Cuando el Verbo se hizo hombre, Él quizo sujetarse a las leyes que rigen la vida humana. Por ejemplo, obedeció a las leyes que estaban en vigor entre los judíos, siendo presentado en el Templo después de su nacimiento, sufriendo la circuncisión, y cumpliendo los ritos de la Pascua judía. Así, quizo también recibir el bautismo penitencial de Juan. Perdido en medio de la multitud, Jesús inocente se sometió a un rito destinado al pecador: “Conviene que cumplamos la justicia completa”, se justificó Él delante del profeta.
Comentando estas palabras, San Agustín dice que Nuestro Señor “quizo hacer lo que ordenó que todos hiciesen”. Y San Ambrosio agrega: “La justicia exige que comencemos por hacer lo que queremos que los otros hagan, y exhortemos a los otros a imitar nuestro ejemplo”.

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