21 de agosto: Fiesta de San Pio X, Papa

El papa de las primeras comuniones
Entre los inestimables beneficios con que la Iglesia lucró en el papado de San Pío X, se destaca el haber instituido la Primera Comunión para los niños. Hasta entonces, la tendencia corriente era que una persona sólo la hiciese siendo enteramente adulta, no siendo raro el caso de hombres y mujeres que comulgaban por la primera vez en las vísperas de su casamiento.
Esta actitud era determinada por la comprensible idea de que la Comunión es algo muy sagrado para que los niños se aproximasen de ella, pues no tendrían criterio para comulgar con el respecto y la devoción necesarias.
San Pío X, no obstante, entendía de modo diferente, y colocó la cuestión en otros términos. Decía él: “No se trata de saber lo que el niño es capaz de pensar, y sí que grado de inocencia ella tiene. Porque si fuésemos a raciocinar en función de su capacidad intelectual, entonces no deberíamos bautizarlos en los primeros días después de su nacimiento”.
Un juicio muy acertado, cuyo desarrollo es éste: en el momento del Bautismo, aunque el recién nacido aún no piense, la recepción del sacramento significa para él un comunicación de gracias extraordinarias, que actuarán sobre su alma hasta el día que comience a hacer el uso de la razón. Y mismo en este inicio de la vida de pensamiento aquellas gracias del Bautismo le serán de extremo valor, guiando sus primeros pasos y fortaleciéndolo en la Fé.
Es este uno de los principales motivos por los cuales la Iglesia entera ya bautiza los bebés inmediatamente después del nacimiento.
Y análogo principio aplicó San Pío X, al instituir la Primera Comunión para los niños. Es decir, tomando en consideración que éstos, generalmente, aún conservan su inocencia, les será ocasión de gracias superabundantes el recibir la Sagrada Eucaristía. Para tal, basta que comprendan la transformación de la sustancia operada en la hostia en el momento que es consagrada, pasando a ser, verdaderamente, Nuestro Señor Jesucristo, en su cuerpo y sangre, alma y divinidad.
Observadas estas condiciones, San Pío X determinó que la fiesta de la Primera Comunión para los niños fuera rodeada de gran solemnidad. Desde esos tiempos proceden los ornamentos con que se revisten las iglesias y capillas en los días de Primera Comunión, y los tajes ceremoniosos con que los niños y niñas se presentan para recibir a Jesús Sacramentado, símbolos del alma enteramente inocente y virginal que va al encuentro de su Salvador.
Fuente: Editorial Retornaré (Sao Paulo, Brasil).
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